
Seguramente, como yo, muchas veces has viajado con la imaginación. Y quizá los viajes que más hayas disfrutado, comenzaron cuando los preparabas, cuando los organizabas, cuando en tu interior ya te estás moviendo.
En el ámbito organizacional, sucede algo parecido. Los viajes que tienen más éxito – y todo cambio es un viaje, desde el estado actual al estado deseado – son los que te cambian por dentro. Los que cambian tu mentalidad.
La empresa internacional de consultoría Mc Kinsey & Company, señala que «los ejecutivos de las empresas que se tomaron el tiempo y la molestia para abordar la mentalidad tenían cuatro veces más probabilidades de calificar sus programas de cambio como más exitosos que aquellos que no lo hicieron».
Estos días nos estamos enfrentando a un gran desafío: el de generar un modelo híbrido que se adapte a las necesidades de cada compañía. Y pienso que en este viaje, como Julio César antaño con sus ejércitos, hemos de pasar el Rubicón y, esas dudas y vacilaciones, podrán limitarse si tenemos en cuenta los diferentes retos que supone y que deseo compartirte:
- El cambio de mentalidad debe comenzar por los líderes. Con sus acciones no sólo serán ejemplares respecto a lo que hay que hacer, sino modelo de cómo hay que hacerlo y desde qué actitud se debe afrontar el cambio.
- Cuando te decidas por apostar por un cambio de mentalidad, has de tener en cuenta a tu gente, no sólo los intereses de la compañía. Eso significará apostar por ellos, como personas, y mostrarles que, a nivel individual, también les será beneficioso: formará parte de una transformación que les ofrecerá crecimiento personal.
- En algunos aspectos, el cambio de mentalidad involucra un cambio de cultura. Aprovecha para que la cultura se acomode a tu filosofía como líder y como empresa.
- Apoya un cambio de mentalidad de manera estratégica. Ese cambio de mentalidad debe de inspirar una nueva mentalidad estratégica y, a través de ella, que podamos definir y concretar el sentido y los criterios de cambio. Eso no sólo nos llevará a entender el por qué y para qué del cambio, sino hacer co-responsables del mismo a todo el equipo de colaboradores.
- Por último, vendrá el desarrollo táctico: desde la alineación estratégica, qué nuevos comportamientos vamos a definir como exitosos en los diferentes escenarios a los que nos vanos a enfrentar: cuántos días y quiénes acudirán a la oficina, cómo será la comunicación y el rediseño de nuestras juntas, qué medios emplearemos para relacionarnos, cuáles serán ahora los rituales de celebración e involucramiento del equipo; cómo mantendremos a la gente conectada y vinculada con nuestro proyecto…
El viaje será un proceso largo. Un proceso que involucra incertidumbre, inseguridad y miedos. Pero es ahora el momento de tomar el tren, de gestionar todas esas emociones y el nuevo mindset de nuestra gente, y hacernos con esta oportunidad que, si dejamos pasar, nos hará más pesado el caminar en los próximos meses, quizá años. La clave de ese viaje será convertir al turista que pasa de largo, en ciudadano que se compromete con lo que ve. Como siempre, ganarte el compromiso de tu gente. ¡Te deseo mucho éxito!
PD. Te dejo un esquema de nuestro modelo de Change Management «Híbridos» por si es de tu interés.

Comienza el nuevo año y tanto a nivel personal, como profesional, pensamos en proyectos, metas, planes y sueños. En el ámbito empresarial, los líderes y las empresas van en busca de sus objetivos a través de diferentes cambios y procesos de mejora. Y como ya abordaron en su investigación Scott Keller y , Bill Schaninger, publicada en su libro Beyond Performance 2.0 (John Wiley & Sons, Julio 2019), aquellos líderes que se impliquen no solo en los procesos de cambio, sino en un verdadero cambio de mentalidad de sus colaboradores, serán los que definitivamente tengan más éxito. En concreto, las probabilidades de éxito de esos líderes, será hasta cuatro veces superior. ¡Merece la pena implicarse en el cambio de mentalidad!
Se trata de lo que estoy llamando, la Gran Apuesta. Una apuesta que será respuesta a la gran renuncia que se está viviendo estos días, y no será otra cosa que apostar todo lo que tenemos, y por lo más valioso: por nuestra gente. Porque para ayudar a cambiar la mentalidad de alguien se necesita eso, una verdadera apuesta. Una apuesta por observar desde la posibilidad: viendo lo que hoy no hay pero mañana sí puede ser y quiero ver; una apuesta por una nueva forma de conectar: más humana, cercana y empática. Desde la confianza frente al miedo. Y una apuesta por ofrecer seguridad a nuestra gente frente a las circunstancias, la incertidumbre o el abandono.
Apostar significará dedicar tiempo, esfuerzo y cariño; demandará de coraje y convicción, y requerirá de nuestra mente y nuestro corazón. Se trata de entender que la apuesta es nuestra, no de otros, y que no apostamos en un juego con cartas, apostamos con nuestro compromiso, con nuestro esfuerzo y nuestra voluntad. En definitiva, se trata de una apuesta alta, pues apostamos con todo lo que tenemos: con nuestra propia persona y por otra persona.
La hoja de ruta se describe mucho más fácil que su realización, pero que sea complicado, no significa que no se deba y pueda realizar. Por tanto:
- Dibuja un destino valioso: describe y comunica un proyecto que merezca la pena, que ilusione, apasione y entusiasme. Muchas veces se trata más de cómo comunicarlo que de inventar algo nuevo.
- Abre el marco de posibilidad: haz ver, creer y sentir a tu gente y equipos que es a ellos a quienes les merece la pena trabajar por cumplirlo. La gente se lo debe de creer pero también, como líderes, hemos de hacerlos creer en ellos mismos y en sus propias posibilidades.
- Encuentra y remueve aquellas limitaciones de mentalidad. Una vez dispuestos y con un propósito que merece la pena, hemos de remover aquellos paradigmas que limitan nuestros mejores esfuerzos. Para ello se necesita mucho corazón: nuestras creencias no las cambiamos con mejores argumentos, no están ahí porque sean mejores, sino porque son nuestras, así que necesitamos de la cercanía, empatía, y la conexión para facilitar el cambio.
- Reformula la nueva mentalidad. Encontradas las limitaciones de mentalidad y establecida esa conexión con nuestra gente, hemos de replantear nuestro mapa de elecciones para tomar protagonismo por ese tipo de mentalidad que nos llevará a la consecución de los actuales retos y nuevos éxitos.
- Sigue desafiando a tus colaboradores. Desde esa nueva mentalidad, el reto será una oportunidad. No pierdas ahora tú la ocasión de retar a tu gente y hacerles creer, crecer y crear nuevas metas y alcanzar nuevos horizontes.
Se trata de volver a apostar por la gente, por la confianza y por el cariño. También por la compasión y el mundo afectivo, siempre lo más efectivo. Como te decía, más fácil decirlo que hacerlo, pero te aseguro que merece la pena, ¿le entras?

Cuenta la tradición que San Bonifacio, evangelizador de Alemania en el siglo VIII, a su regreso de Roma y en la víspera de Navidad, encontró a sus fieles cayendo en la idolatría y dispuestos a sacrificar a un niño bajo el sagrado roble de Odín. Encendido por una ira santa, tomó un hacha para cortar el roble sagrado y demostrar que no sería víctima del dios del trueno.
“¡Escuchen hijos del bosque! – gritó San Bonifacio – La sangre no fluirá esta noche, salvo la que la piedad ha dibujado del pecho de una madre. Porque esta es la noche en que nació Cristo, el hijo del Altísimo, el Salvador de la humanidad. Así es que ahora, en esta noche, ustedes empezarán a vivir. Este árbol sangriento ya nunca más oscurecerá su tierra. En el nombre de Dios, voy a destruirlo”.
Al momento, y sin que aún pudiera hundir su hacha en el tronco, una tremenda ráfaga de aire derribó el enorme árbol y, partiéndolo en pedazos, desató el temor y admiración del pueblo.
El santo – continua narrándonos la leyenda – observó un pequeño pino que milagrosamente había permanecido intacto, y quiso observar en él, la caricia y amor de Dios, así que lo adornó con manzanas y velas, símbolo, las primeras, de las tentaciones a las que somos sometidos y, representación, las segundas, de la luz de Dios. Así, nació nuestro árbol de Navidad.
Hoy ya todos vemos en nuestras calles ese árbol de Navidad. Quizá con una mirada distinta, más festiva y consumista, pero sigue estando ahí para preceder al Niño Dios, a la generosidad, la entrega y el sacrificio amoroso en favor de los demás. Ese es el tiempo de Navidad.
“La Navidad – nos dirá Washington Irving – es la temporada para encender el fuego de la hospitalidad en el salón, y la genial llama de la caridad en el corazón”.
Los que creemos y tenemos fe, vemos en ese Niño Dios la causa de nuestra caridad y amor. Para quienes no crean, un tiempo como éste, puede ser un fantástico ofrecimiento, una invitación, para pensar más en los demás, para hacer nuestras sus preocupaciones, para dar brillo a sus ilusiones y para transformar, en definitiva, esa hermosa causa, en acciones reales y generosas.
La Navidad, a todos, nos ofrece una historia de Amor y en las empresas hemos de seguir compartiendo ese mismo mensaje. Si hemos entendido la necesidad de explicar lo importante de nuestro valor agregado a través de la narración y el storytelling; si el liderazgo es servicio y saber transmitir nuestros valores; si estamos convencidos de que liderar con afecto y amor, es más humano y efectivo; ¿cómo vamos a dejar pasar este momento para poner el corazón de nuestras empresas en cada uno de los nuestros y también en nuestros colaboradores?
Por eso, si la Navidad no existiera, al menos en el plano humano, tendríamos que inventarla. Más allá del regalo, la alegría de la fiesta y el regocijo del encuentro, la causa es mucho más alta: se trata de ponernos al servicio de los demás; abrir nuestro corazón y renacer en nuestras relaciones; ser capaz de entregarnos y entregar lo mejor de nosotros a quienes queremos y nos necesitan. Lo mejor de la Navidad de antaño, es que Dios llegó a visitarnos. Lo mejor de nuestra Navidad hoy, es que podemos dar posada a esa santa visita y, del mismo modo, abrir a los demás nuestro corazón.
Mis mejores deseos en esta Navidad, para tí y toda tu familia; mi promesa para re-nacer a quien quiero ser y mi compromiso por poder ofrecerte mi mejor versión en estos días, y tomar carrerilla para también hacerlo en los venideros. Mantengamos el brillo del árbol y la Navidad. Como diría Grace Noll Crowell, “aunque se pierdan otras cosas a lo largo de los años, mantengamos la Navidad como algo brillante”. ¡Feliz Navidad!, ¡felices fiestas!, ¡feliz brillar en tu generosidad!
“La Navidad agita una varita mágica sobre el mundo, y por eso, todo es más suave y más hermoso”.
Norman Vicent Peale

En esta pandemia se ha producido una ola de enorme cortisol, una propagación tremenda de la hormona del estrés. Y eso, generado de manera constante, provoca un agotamiento en el cuerpo y la mente a la que no estamos acostumbrados.
Cada vez que tú y yo nos preguntábamos si sería bueno visitar o no a nuestros padres, se producía un chute de cortisol: nos tensábamos, nos preocupábamos, nuestro cuerpo se ponía en alerta pensando sobre un futuro peligro. Cada vez que nos encontrábamos con alguien en la calle y nos alejábamos para evitar posibles contagios, chute de cortisol. Y cada vez que evitábamos acudir a un reunión, entrar a un lugar lleno de gente, o nos informaban del contagio de un amigo o conocido, chute de cortisol. El cortisol ha estado muy presente y de manera constante durante esta pandemia, y quizá hemos tenido menos mecanismos para gestionarlo. Y muchos nos hemos intoxicado.
Por eso, hoy más que nunca, necesitamos generar su opuesto, la hormona de la confianza, la oxitocina, y eso nos devolverá la fuerza y energía necesarias para seguir haciendo frente a las adversidades y dificultades. Será una dosis extra de vitaminas en nuestra vida.
Pero no estoy hablado de medicamentos o pociones mágicas, ¡estoy hablando de liderazgo! Y es que igual que hay personas y situaciones que nos provocan estrés, también hay personas que provocan energía, paz y confianza: son las personas vitamina.
Marian Rojas, nos dice que una persona vitamina:
- Nos apoya, inspira y transite confianza.
- Saca lo mejor de nosotros mismos
- Ayuda a desatascarnos mental y emocionalmente
- Expresa una frase de ánimo en el momento oportuno
- Quiere lo mejor de nosotros mismos, independientemente de sus intereses.
- Comunica desde la empatía
- Busca lo mejor en los peores momentos
- Nos brinda sensatez y esperanza
A veces solo se trata de comprender, porque como nos dice la autora del libro Encuentra tu persona vitamina, “comprender es aliviar. El hecho de entendernos como seres humanos genera un gran alivio”.
¿Y si el reto del líder en estos días fuera convertirse en persona vitamina para los demás? Cómo cambiaría el mundo, nuestro mundo cercano, si nosotros fuéramos esos líderes vitamina, ¿Te apuntas?

Ayer, jueves, tenía el gusto de compartir algunas ideas con mis amigos de la Asociación de Recursos Humanos de Tijuana, ARHITAC, y hablaba del que creo que debe ser el Nuevo Liderazgo de este tiempo post-pandemia: un liderazgo más próximo, más cercano y más humano.
«Cada cosa que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente. También el liderazgo debe regresar y también diferente: un liderazgo más próximo y cercano, un liderazgo desde el corazón”
El panorama que ha quedado dibujado después de este año y medio de confinamientos, contagios y virus, es nítido pero algo preocupante: estamos agotados. A nivel mundial el 39% de los trabajadores afirman que se sienten agotados, el 40% – y 49% en LATAM -, que se sienten más aislados en sus trabajos, y un 37% afirman que se les está exigiendo demasiado en un momento como éste, según el Índice de Tendencias Laborales de Microsoft.
Aún así, los líderes y empleadores creen que éste pesar y cansancio se soluciona de una manera transaccional, abriendo su cartera y ofreciendo más: mayores compensaciones económicas, retribuciones y espacios de ocio. Pero, nuevamente se produce un importante descuadre de intereses y anhelos porque la gente lo que quiere es que se apueste por ellos, se les cuide y se ponga más el corazón que la billetera. No es una cuestión monetaria y transaccional, sino emocional y relacional. Quieren más sentido de pertenencia, entender porqué y para qué es útil y valioso su trabajo, encontrar un sentido y propósito a lo que hacen, así como la valoración y reconocimiento de la empresa y sus líderes, un espacio donde trabajar en equipo con confianza, al igual que no perder la flexibilidad que se les ha ofrecido en estos pasados meses.
Cuando preguntaba a los líderes de Recursos Humanos de ARHITAC por las competencias necesarias de este nuevo liderazgo, está era su respuesta, y con un claro orden:
- Conexión y Empatía con los Equipos
- Adaptación y Resiliencia
- Innovación y Creatividad

Y creo que ellos daban respuesta a algunos de los interrogantes de este nuevo momento. Si nos preguntamos cómo debe de ser el Nuevo Liderazgo, la respuesta es clara: un liderazgo de mayor conexión y empatía con los equipos. Liderar con el Corazón. Y es que, hoy, nuestros colaboradores no quieren ser vistos sólo como trabajadores, sino como personas, como seres humanos con vidas que llenar.
¿Cuáles son las claves para comenzar a avanzar o evaluarnos en este nuevo proceso de liderar? Veamos algunas de ellas.
Ya hice mención en el post anterior, que uno de los peligros es seguir abonados al competo de motivación clásica y depositar ahí nuestras esperanzas. Y no, ya no nos sirve, no podemos pedir a la gente que se ponga las pilas y empujarles a nuevos éxitos cuando están agotados, necesitamos, antes de nada, acudir en su ayuda, apostar por una necesaria adaptación y alineación.
Así, la herramienta será la Alineación Motivacional, que consistirá en alinear nuestro liderazgo con su estado emocional; sus inquietudes, miedos y preocupaciones, con el compromiso que queremos de ellos; sus ilusiones, sueños e intereses, con los objetivos laborales.
Y si vamos a ganarnos su compromiso desde la cercanía, no con la imposición, lo más cercano a ellos es ofrecerles nuestra escucha. Una escucha cercana, empática, sincera. Y escuchar desde el corazón se consigue desde la curiosidad, la compasión, la conexión y la compensación, donde la persona es el centro. Y , por mucho que nos cueste, ser trata de la otra persona, no de ti.
A la vez, escuchar a alguien vulnerable, nos obliga – ¡fantástica obligación! – a aceptar nuestra propia vulnerabilidad y saber mostrarla, hacer de ella una fortaleza. Porque amar, confiar, apostar por alguien, es ser vulnerable. Pero la vulnerabilidad nos hace más humanos, más cercanos, más nosotros. Y nos ayuda a conectar con el otro, también vulnerable. Y parta ello debemos de crear espacios de seguridad que protejan la vulnerabilidad.
Todo ello nos empujará a ser una persona vitamina. Esa persona, que te inspira y apoya, escucha y acompaña. Ese líder que contagia energía positiva. Y cada uno de nosotros estará ante el reto de ser esa persona vitamina para los demás, y frente a tanto estrés , cansancio y frustración ¡ser un regalo para los demás de oxitocina!
Cuánta razón tenía Churchill cuando decía que “Nos ganamos la vida con lo que recibimos, pero construimos vidas con lo que damos”. El Nuevo Liderazgo será un liderazgo con corazón y desde el corazón o no será. Es nuestro reto y para ello, también hemos de cuidaros. Así que busca también tú a tu persona vitamina, y crea tus reuniones de personas vitamina. Un lugar, un contexto, en donde puedas ser realmente tú con tus inquietudes y dificultades, logros y derrotas, dudas y sentimientos. Con tu propia vulnerabilidad y la vulnerabilidad de quien te quiera acompañar en este viaje de autenticidad y liderazgo. ¡Ánimo!, es tiempo de valientes. De los valientes que se enfrentan a su mundo interior y buscan comprender el ajeno.

Poco a poco, y por países, la pandemia va remitiendo, pero sigue mostrándonos, también a nivel empresarial, algunas de sus consecuencias
Hace unos meses, Talkspace publicaba un estudio en el que afirmaba que:
- El 52% de los empleados, se sienten agotados.
- El 28% de los trabajadores también confiesa que podría abandonar su empleo en el transcurso de los próximos seis meses.
- Incluso, que el 27% llegaría al extremo de renunciar a su actual puesto de trabajo sin otra oferta laboral sobre la mesa.
Tras leer este tipo de datos, los líderes podemos acudir con la mejor de las intenciones a la fórmula mágica, la respuesta rápida, la motivación clásica: ”¡hay que motivar a nuestra gente!”, se escucha. Es decir, pensamos que la gente tiene que ponerse las pilas, que hay que subir el nivel de energía, que hemos de sentirnos bien y renovar aquella pasión que un día nos animó a escoger ese puesto, ese trabajo, ese empleo.
Después de año y medio de pandemia, y de cientos de miles de muertes – millones en total -, y abundantes crisis de ansiedad, depresión y soledad. En una crisis sanitaria sin precedentes, junto a una crisis económica, social y emocional, el punto es, ¿no tenemos derecho a sentirnos mal?
Sí, la fórmula de la motivación clásica, el empujón de energía, el discurso de la pasión en el trabajo y de generar rápidamente sentimientos positivos, quizá no sea lo que más encaje hoy. Quizá siempre fue una respuesta demasiado rápida, pero lo que es seguro es que hoy necesitamos de otras claves y herramientas.
Más que empujarnos a sentirnos bien, sin más, con la ilusión ficticia de quien salta con fuerza pero sin destino, necesitaremos de algo más: un mapa, una guía, una dirección. Una estrategia y plan que nos involucre y ayude a encontrar un sentido a lo que sucede, a aceptar y gestionar la incertidumbre desde unos valores concretos, a provocar una actitud protagónica y a definir un propósito vital y laboral que ilumine con fuerza e intensidad un futuro mejor y deseable. Sí, el motor nos permite tomar impulso, pero es el timón el que marca el rumbo y el que permite que consigamos nuestros objetivos.
Como líderes debemos de generar una alineación entre los equipos y nuestros valores, entre la gente y las estrategias, entre sus inquietudes y nuestros objetivos, y ofrecer un claro propósito con el que comprometerse. Así, los objetivos serán metas propias por las que merezca la pena luchar y, cuando, con nuestro apoyo, la gente se vea involucrada en todo ello porque es suyo, la motivación será una consecuencia natural de la alineación.
Pasó la época de la motivación y entramos en la era de la alineación. Se tratará de alinear el presente y su incertidumbre, con la esperanza en el futuro y los aprendizajes del pasado; alinear nuestro sentir negativo con una actitud renovada, llena de sentido y propósito; y alinear nuestro liderazgo y objetivos, con las inquietudes, crisis y dificultades de nuestros colaboradores. En eso consistirá la alineación motivacional. Una fórmuladonde el foco estará en las personas y su vulnerabilidad, para ayudarles a crecer desde su – y nuestra – humanidad, al tiempo que aprendemos, conectamos y ayudamos a los demás.
En definitiva, se tratará de alinear nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad desde una nueva actitud más humana y entrañable. Y, en el caso de los líderes, y más que nunca, liderar desde el corazón.

Decía CS Lewis, que leemos para no estar solos. Y lo cierto es que la lectura nos transporta a otros mundos y nos relaciona con múltiples gentes y personajes. Hace unos días, releyendo a Brendon Burchard en su libro Recárgate, me hacía acompañar, en el recuerdo, de un viejo amigo. La frase que tenía subrayada con tinta roja, dice así: «En el mundo hay dos clases de personas, las que entran en una habitación y exclaman «¡Aquí estoy!», y las que entran en una habitación y dicen «¡Ah, ahí estás!«.
La frase me encanta, me parece genial, porque no sólo es muy descriptiva sino que, además, casi con toda seguridad, como me ha sucedido a mi, te llevará a acordarte de alguien de manera instantánea. Sí, así es, de ese tipo de persona, amigo o conocido, que cuando se hace presente, parece que lo hace mirando a su cámara, pidiendo luces, deteniendo con su entrada la música y pidiendo el micrófono.
En mi caso, la persona que me viene a la mente, y me acompaña según escribo, siempre aparecía con una brillante sonrisa, vestido de manera elegante y, gestualmente adornado con un sutil manto de prepotencia. Encantadora desde el principio pero, para mi gusto, agotadora ya en la salida. Protagonista incansable de la conversación, buen hablador y excelente embaucador, pero con poca conversación de ida y vuelta, pues todo salía del mismo sujeto y poca posibilidad de regreso dejaba. Tenías esa clara sensación de que era de los que con su lenguaje verbal y no verbal nos decía «¡aquí estoy!». Pero si alguien le preguntara ¿a quién le hablas?, la respuesta aparecería rápida en su boca: «a vosotros», pero tras el meditar sincero sólo hubiera sido: «a mi».
Al releer la frase que te comparto y parecerme tan acertada con el personaje, trataba de identificar mi hastío después de un tiempo de charla y ausencia de conversación. Si es agradable a la vista y, en un principio, también al oído, ¿por qué me cansa, y hasta me molesta ese encanto juvenil?, ¿por qué su brillo llega a cegar sus palabras para mi?, ¿qué es eso que hasta me ofende del «¡aquí estoy!» contemplándose en el espejo del grupo o multitud?
Hoy lo pensaba y he sido capaz de identificar algunos aspectos. Ahí van:
1. Una vez que le conoces, repite las mismas cosas, las mismas historias, iguales anécdotas. Pero no con extraños que se suman a la conversación donde tú estás incluido, sino también a solas contigo. No es consciente de qué dice y a quién se lo dice. Te lo puede contar diez veces que ni cuenta se da. Te habla a ti, pero tú eres siempre otro para él.
2. Te habla sin cesar de él (o ella). El asiento de protagonista de la función es de uno sólo y así lo toma desde el principio. Un protagonista agradable y chistoso desde el inicio pero, como digo, cansado, agotador al final. Tu papel, del que escucha, es ese, escuchar. Y salirte de tu rol es tener la sensación de que estropearás la función.
3. La capacidad de escucha es más bien limitada. Bueno, he sido muy diplomático: será nula. Puedes tú intervenir como quieras, pero las preguntas serán un instrumento más en favor de su ego, que darán paso a mayor luz y gloria suya; tus aportes, serán intrascendentes comparados con los suyos, y otras historias serán rivales de las que él protagoniza o de menor importancia, por eso siempre seguirá en la cumbre de la conversación y el interés auténtico por el otro, los sentimientos ajenos, o la perspectiva distinta, no serán tenidas en cuenta más allá del «gracias por aportar». Así, la pregunta en su boca, será pura anécdota; ceder la palabra, un accidente del tráfico propio de la conversación, y la escucha atenta, una ficción irrelevante.
Es por eso que ese protagonismo lo siento casi enfermizo y, siempre que puedo, y las circunstancias me lo permiten, huyo de él. Al principio, quizá, lo pasabas bien a su lado, pero una vez que lo conoces, y cuando las luces de la conversación se apagan, regresas a la soledad y te reencuentras contigo mismo recordando las últimas conversaciones, si te preguntas cómo fue todo, te responderás con un lacónico «bien». Y si, insatisfecho, indagas y te cuestionas quién eras tú para él en ese pretendido diálogo, te darás cuenta de que uno más, alguien del público en su escenario, sólo un sujeto que atrapó y sintió brevemente el «privilegio» de escucharle . Alguien que no tuvo la satisfacción de escucharle nunca «¡ah!, ¡ahí estás!».
Gracias a Dios, no me he encontrado con tantas personas así. Pero con los que sí, ha sido con tanta intensidad que han merecido estas líneas a raíz de la mencionada frase. ¿Y tú?, ¿con cuántos de estos «brillantes seres» te has encontrado?

Todos deseaban tocar con él. Sabían que era duro, pero para quien quería ser brillante, llamar la atención o llegar a la cumbre en una banda de jazz, era el maestro preferido para ello. Cuando ya lo conseguían, se daban cuenta de que no sólo era duro: era un desalmado, un déspota, un tirano.
Hace unos días volvía a ver Whiplash. A mi parecer, una buena película que nos vuelve a plantear el papel del líder, del director, de quien construye y consigue resultados a través de otros: un equipo, una orquesta, una organización. Me llamó poderosísimamente la atención del papel – papelazo, creo yo – de J.K. Simmons, el profesor. Ya me dirás qué opinas cuando la veas.
El director de la banda de música, el profesor, quería resultados y sólo resultados. El camino, cómo se llegara a ellos, era lo de menos. Cualquier medio con tal de conseguir el fin: un nuevo genio del jazz que saliera de sus manos, de su orquesta. El quién, en el fondo, tampoco importaba, simplemente quería que fuera un alumno suyo. Y, por supuesto, si durante el proceso de búsqueda de ese resultado – el nuevo genio – alguno de los alumnos se sentía mal, era insultado o vejado, incluso pudiera perder el norte, la salud o su propia vida, el director no tendría problema: serían nada más que algunas notas que no encajan dentro de la correcta partitura que el maestro quería escuchar.
Sus alumnos eran simples instrumentos dedicados al éxito, al triunfo, a la gloria. Pero, ¿y la felicidad, la sonrisa alegre o la satisfacción durante el trabajo? Para nadie importaba. Durante el film, no será fácil encontrar el lado humano y sonriente de ese éxito por imperativo. Ni en los alumnos, ni en el maestro. ¿Cuál es entonces la justificación?, ¿hasta donde tenemos que apretar, empujar, sufrir o hacer sufrir para conseguir el éxito?, ¿hay límite? La respuesta es clara cuando Andrew, el alumno protagonista, lo pregunta. Transcribo parte de la conversación:
Profesor – “La gente no entendía lo que hacía en Shaffer (el Conservatorio de música), yo no estaba allí para dirigir, quería que mis alumnos se esforzaran más allá de las expectativas. Creo que es absolutamente necesario, sino estaríamos privando al mundo del próximo Louis Armstrong o del próximo Charlie Parker (…)”.
Alumno – Pero, ¿hay un límite? ¿Y si tal vez se va demasiado lejos y se disuade al próximo Charlie Parker de convertirse en Charlie Parker?
Profesor – No, qué va. Porque el próximo Charlie Parker no se dejaría disuadir. (…) La verdad, Andrew, es que jamás tuve un Charlie Parker, pero lo intenté, te juro que lo intenté, y eso es más de lo que hace la mayoría, y jamás voy a disculparme por la forma en que lo hice.
El profesor acepta que pudo granjearse enemigos, pero eso son gajes del oficio, formaba parte de su trabajo. Lo que él quería, ansiaba de verdad, era encontrar un genio– ¿a caso no hay fin más alto para un maestro? – y, efectivamente, cualquier medio era válido porque, cuando lo encontrara, si ciertamente estaba ahí, soportaría las dificultades, la presión y el sufrimiento. Ese sufrimiento que él causaba a los candidatos, golpeando, golpeando con fuerza para determinar si era bueno el material o no, como el artesano golpea el noble metal para someterlo.
El genio, como el metal más valioso, sería fácilmente reconocible, pues ambos resistirán la presión inhumana, las descargas iracundas, el fuerte golpeteo del maestro. El nuevo talento, además, se sobrepondrá al desaliento, a la humillación y a la crueldad, y no será recriminación sino agradecimiento lo que su bravo corazón le permitirá expresar. Pues obtener el triunfo era su obsesivo objetivo y, por fin, lo habrá logrado.
Más de una vez me he encontrado con líderes que profesan ese estilo, y el insulto, la manipulación o la humillación, forman parte de su espléndido repertorio motivacional. Del mismo Steve Jobs cuentan que manipulaba a sus ingenieros, mintiéndoles para que pudieran romper con la realidad y sus paradigmas y se lanzaran a crear lo inexistente, al saber que su líder ya lo había visto hecho realidad en otra compañía.
Quizá, inicialmente, nos puede repeler esa actitud pero, ¿y si tuviera razón?, ¿y si necesitáramos los seres humanos que nos pusieran al borde del precipicio para dar lo mejor de nosotros mismos? ¿No es, de hecho, el final de la película una muestra de ello, con esos últimos rostros de complicidad que se muestran alumno y profesor?
El planteamiento puede ser atractivo para cierto tipo de directores o responsables, que, además, se sienten con la responsabilidad de obtener lo mejor de sus colaboradores o sus organizaciones. “Es más de lo que hace la mayoría”, dirá el profesor de la orquesta de Shaffer, y probablemente tenga razón. Por eso, su entrega, tiene un punto romántico que al propio alumno puede llegar a cautivar. Pero detrás de este planteamiento, se esconden ciertos egoísmos y muchas, muchas fantasías que se han tornado, tantas veces, en auténticas pesadillas, mi querido profesor.
En cierta ocasión encontré a un coach que me dijo que él estaba para arrancar las estrellas del mar que se quedaban en la tierra y lanzarlas de nuevo al océano, a pesar del dolor que se pudiera causar. Cuando le interpelé por el cómo, y por la importancia, durante ese proceso, de cuidar a la gente, él me espetó que lo importante era el para qué, la finalidad, devolverles al mar, pues más tarde lo agradecerían. La forma, el cómo, no era tan esencial. Y él era bien duro: con el objetivo y con la persona, sin poder separarlos.
Entonces, y ahora, me pareció una muy pobre actitud y no puedo estar más en desacuerdo con ese planteamiento. Por supuesto que nuestra vida estará llena de situaciones difíciles y dolorosas a las que hayamos de hacer frente; claro que, en alguna ocasión tendremos que tensar la cuerda y así, ayudar a otras personas a tomar conciencia de nuevos retos y oportunidades; desde luego que en algún momento tendremos que sobrellevar, con dolor, algún tipo de crecimiento o aprendizaje pero, ¿seguro que hemos de causarlo para posibilitar el desarrollo?
Decía Viktor Frankl que el ser humano ha de encontrar sentido al dolor cuando llega, pero que no tiene sentido causarlo. Cuando el miedo, el dolor o la imposición son herramientas habituales del maestro o director, olvidamos el sentido del aprendizaje que queremos desarrollar, estaremos utilizando a la persona para el éxito en vez de ayudar a alcanzar el éxito a la persona, y estaremos considerando a nuestro alumno, colaborador o empleado un medio para alcanzar algún fin. Y cuando llegamos a eso, rompemos un principio fundamental: el principio de la dignidad humana, el principio del respeto, el principio de que el ser humano no podrá ser un medio para otro fin, pues él, ella, cada uno de nosotros, somos un fin en sí mismo.
Una cosa será que el dolor llegue en el camino del desarrollo, y otra cosa es que se inflija consciente y voluntariamente dolor como proceso necesario para el perfeccionamiento. ¿De verdad que alguien puede ser tan prepotente como para creerse por encima de los demás y erigirse en el campeón de la crueldad porque decidió que tal fin merecía tan excesivo coste ajeno? Cuando el éxito se mide sin tener en cuenta la fuerza y la crueldad empleadas, el respeto, la confianza y la ética, están en peligro. Y el ser humano también. Sea quien tome esa decisión.
Si todo vale para conseguir un objetivo deseable, alcanzar mayor perfección u ofrecernos al encuentro con la genialidad; si no hay líneas rojas que nos adviertan del peligro y la necesidad de detenernos cuando dañamos lo sustancial; si el ser humano puede ser considerado, al menos momentáneamente, instrumento de manipulación para un fin mayor; de alguna forma, ¿no hemos empezado a recorrer el camino de la barbarie? Y si lo hemos hecho, profesor, ¿no sería lo más humano sentirnos, al menos, culpables? Y es que, a veces, cuando se nubla el corazón, la mente pierde la esperanza. El himno se transforma en pompa fúnebre. La música se vuelve sólo sonido. La nota, garabato irregular de trazo largo. Y el ser humano, instrumento de la tiranía.

Hay días en los que necesitamos hacer una pausa. Dejar de hacer cosas, caminar rápido o seguir rodeados, y aminorar el ritmo, desconectar un momentito de los demás y mirar hacia adentro. Y así, restaurar esa necesaria conversación con nosotros mismos. Hoy fue ese día.
Salí a la calle, me puse mis audífonos con música navideña de Michael Bublé y comencé a caminar. El ritmo era lento, no iba a ningún lugar, solo estaba concentrado en mis pensamientos. Y la pregunta que me estaba llevando y trayendo a ningún destino concreto, al menos físico, era ¿y qué es lo que quiero yo de esta Navidad?
Siempre he pensado que si no existiera la Navidad, deberíamos de inventarla. Y es que creo que, más allá de lo que significa para los cristianos – y quizá por ello – es una fantástica época para soplar algunas brasas en nuestras relaciones, abrir nuevas ventanas para oxigenar nuestros vínculos y, sobre todo, calentar más nuestro hogar. Volver a encender nuestras casas con ese calor auténtico que llega desde el corazón. Es una época en la que se puede y debe hacer real esa frase que tenemos colgada, como cuadro, en nuestra sala de estar de casa: “No sé cuál es la pregunta, pero sé que la respuesta es el amor”.
Y mientras las hojas de otoño seguían cayendo y el viento fresco de la mañana se seguía metiendo entre mis huesos, – ¡qué frío hacía y qué poco abrigado salí! – seguía pensando y viendo dónde estaría estos días decembrinos. Con quién compartiría mis navidades. Y qué quería para mí, para ellos, para todas esas personas con las que en la Navidad tendré contacto.
Me he imaginado con mi esposa y mi hijo, en casa y fuera de casa. Con mis padres, mi tía Ta – que dice también Pablete – y mi familia. Con toda la familia, de aquí y de allí, de Valladolid, Madrid y Murcia. Y con mis amigos, esos que eliges y que te hacen el camino de la vida no solo más agradable sino más significativo. Y ya sé. Ya sé qué es lo que quiero, cómo quiero vivir mi Navidad.
Quiero dar unos pasos y acercarme más a Dios. Quiero esperarle en la cueva donde nacerá y mostrarle mis debilidades, para cubrirlas con la manta que le pondrá María. Quiero mirar a la estrella, y esa estrella será mi familia más cercana. Serán Yolanda y Pablo. Y cada vez que vea una estrella de Navidad, les veré a ellos. Serán mi norte y lo que más cuidaré estos días. Quiero que mis padres recuerden esta Navidad. Una Navidad en la que estaremos más cerca a pesar de la pandemia que nos alejó de los abrazos y los besos. Y quiero ver a mi familia, a cada amigo, a cada persona con la que comparta unos momentos, como una elección consciente de con quién quiero estar. Porque quiero, eso, estar, mantenerme presente. Y quiero que me recuerden con una sonrisa. Quiero sonreír más. Quiero seguir saliendo a correr y hacer deporte. Y quiero disfrutar mucho de estos días, sobre todo, a través de los demás. Más como un acto de entrega que de recepción.
Sigo con mi paseo. He empezado a mirar a la gente de la calle de otra forma. No sabía quiénes eran pero sé que, como yo, tienen su propia historia. Y quería, quiero verlos no solo a través de sus actos sino a través de esa historia, la de sus preocupaciones y sus miedos, la incertidumbre y sus dificultades. Y también, desde sus alegrías, intereses y momentos de disfrute.
Quiero que esta Navidad sea diferente pues ya llevamos muchos meses muy parecidos. Quiero recordar esta Navidad no por lo que sucedió sino por lo que hice que sucediera. Y tú, ¿te apuntas? ¿sabes cómo quieres vivir esta Navidad?

Hace unos meses, no tanto tiempo, nos veíamos diciendo y escuchando que vivíamos en un cambio de época en vez de en una época de cambios. Hoy, con la crisis del COVID, podemos afirmar que estamos viviendo, más bien, en medio de una gran convulsión. La crisis sanitaria, junto con las otras crisis que han desatado (económica, social, emocional…), ha llegado en forma de agitación violenta, como una sacudida inesperada. Esta crisis, nos ha lanzado lejos, muy lejos de nuestros lugares comunes, nos ha apartado del contacto cercano con nuestros seres queridos, ha transformado cientos de cosas impensables, en necesidades diarias. Y gestionar esta prolongada situación ya no es cuestión de héroes, es cuestión de nuevos líderes.
Hoy, es tiempo de nuevos liderazgos. Ese tipo de liderazgo con el que siempre, pero hoy, más que nunca, merece la pena contar: una liderazgo más humano, más cercano, más resiliente, muy probablemente virtual, en remoto. Un liderazgo en remoto que inspire un verdadero compromiso frente a la incertidumbre como panorama general.
En la misma línea, hace unas semanas un informe de McKinsey, nos hablaba del conjunto de habilidades que necesitaremos durante esta situación y que serán necesarias salir con éxito de esta crisis: habilidades digitales para trabajar y liderar en remoto; habilidades socio-emocionales, para poder gestionar las relaciones y nuestro liderazgo de una forma más humana y cercana; habilidades de adaptabilidad y resiliencia, para aceptar nuestra particular situación y salir fortalecidos de ella; y habilidades cognitivas, propias de la reinvención, la creatividad y la innovación.
Pero ¿por dónde empezar?, ¿qué conjunto de herramientas podríamos atribuir a ese líder inspirador, que busca la resiliencia, propia y ajena, y que tiene una conexión más virtual que presencial? Permíteme que haga un resumen de algunos de esos recursos que nos podrán ayudar a liderar y servir con éxito a nuestros colaboradores.
En primer lugar, ese liderazgo inspirador se tendrá que asentar en tres ideas fundamentales:
1.Hemos de buscar ganarnos el compromiso de nuestros colaboradores, en vez de desear que simplemente nos obedezcan. La obediencia supone liderar desde el control y la imposición; el compromiso, desde la inspiración y la confianza.
2. Deberemos entender que un verdadero proceso de liderazgo e influencia, se dará de abajo hacia arriba (botton-up) en vez de arriba hacia abajo (top-down). De esa forma, más que buscar que la gente se sienta cómoda con sus obligaciones, nosotros nos hemos de acomodar a las necesidades, intereses y preocupaciones de nuestros colaboradores, tal como atenderíamos y buscaríamos entender, a nuestros clientes externos.
3. Sabiéndonos preocupar por el verdadero negocio que tenemos entre las manos, tanto los líderes como cualquier organización: el negocio de las personas. Como en su día afirmó uno de los directivos de Starbucks “no estamos en el negocio del café sirviendo a las personas, estamos en el negocio e las personas, sirviéndoles café”. Pues eso, estamos en el negocio de las personas, así que teniendo eso en mente, no sólo serán un recurso o un activo, sino el foco esencial de nuestro negocio.
Cuando tratamos de aplicar todo esto y aterrizarlo al entorno y liderazgo virtual, pienso que será también de utilidad apoyarnos en los siguientes puntos:
a. La comunicación ha de ser más humana, más cercana, más cuidada. Si en muchas ocasiones damos por supuesto que la gente nos ha entendido, en una situación no presencial, ese error podrá ser más habitual y perjudicial, así que sobre-comunicar será comunicar lo estratégico e importante hasta que estemos convencidos de que nos hemos hecho entender y, entonces, seguir comunicándolo.
b. Evitar restringir la interacción virtual al ámbito de lo exclusivamente laboral y formal, será una necesidad comunicativa imprescindible. Hemos de llevar nuestra comunicación también al espacio de la informalidad. Necesitamos conectar con la gente y, más allá de contactar para pedir o exigir, entender cómo están, cómo se sienten y que necesidades y expectativas tienen. Necesitamos su feedback. Esto deberá de ser una constante para fortalecer el vínculo y un liderazgo más cercano y humano.
c. Y si impulsar la comunicación deberá de ser un patrón habitual en nuestra gestión de equipos, pienso que no hay otra forma más inteligente de impulsar ese espacio comunicativo que a través de una interacción habitual centrada en los éxitos hasta el momento obtenidos. Compartir las mejores prácticas, los casos de éxito, las fórmulas exitosas empleadas para sacar adelante un proyecto, atender la necesidad específica de un cliente o resolver un problema complejo en tiempos de mayor dificultad.
Así es como un líder inspirador estará buscando interactuar de forma remota con sus equipos, apoyándolos para que puedan sentir que ellos, y no sólo las tareas o los resultados, son lo importante. Se trata, como diría Paul Davies, el Director de Employee Experience en General Electric, de “permitir a la gente hacer el mejor trabajo de sus vidas a través de momentos que importan”. Y, como líder, cuando das importancia a esos momentos y a ese trabajo, porque ellos y tus colaboradores importan, el compromiso será una consecuencia de tu liderazgo, en vez de algo a exigir a tus colaboradores. La perspectiva cambia, los resultados también.
En un siguiente post seguiré abundando en esas habilidades de liderazgo para ayudar a la gente de nuestros equipos a que se sienta segura frente a la incertidumbre actual. Seguiré insistiendo en cómo desarrollar la confianza, ayudando a nuestros colaboradores a tener criterios propios para la toma de decisiones, así como gestionar sus actividades y proyectos a través de criterios de priorización en su trabajo. Y, cómo no, seguir asumiendo el reto de un liderazgo más inspirador, siendo portavoces y propulsores de un futuro mejor, impulsando el engagement a través de la generación de esperanza en nuestros equipos. Una esperanza que nos comprometa con una idea nueva del mañana y nos haga sentir libres y poderosos para construirlo. Si construir algo siempre es un reto, reconstruirnos como líderes también será una aventura.