
Tarde de sábado…, y como casi todas estas tardes de sábado y coronavirus, tenemos “cine en casa”. Ponemos una peli y disfrutamos de la pequeña pantalla. Esta vez pusimos “Géminis”. Había escuchado buenas críticas pero además de gustarme como peli de acción, me ha llamado la atención el mensaje de fondo. El argumento, en un momento dado, me recordó una antigua película que vi de niño y me impactó sobre manera: «Los niños del Brasil». Pero de ella ya os comentaré en otra ocasión. La película de hoy, plantea un dilema ético.
En un momento dado, uno de los protagonistas desarrolla su argumento: “(…) ¿Viste lo que pasó allí?, las atrocidades, amigos que regresaban a casa en una caja de madera. ¿Por qué aceptar eso si hay una solución mejor? (…) Podemos proteger al mundo entero sin que nadie sufra por ello”. Se refería a los horrores de la guerra. Y esa solución mejor de la que habla, mira a construir una máquina semi-humana para vencer esas batallas: alguien que no sufra pero que sea capaz de generar un terrible dolor al enemigo; alguien que sea humano, pero aprenda a no sentir y así evitar el miedo, la frustración o la tristeza; alguien que obedezca, pero no tenga la capacidad crítica para pensar sobre lo que hace y sus consecuencias. Alguien que evite más dolor, a costa de perder su humanidad. Crear alguien, en definitiva, que siga ciegamente instrucciones para que los demás podamos ser libres. El dilema ético tan viejo como la humanidad: alguien que, por un fin noble, o pretendidamente noble, se olvide de los medios empleados. Alguien que siga pensando que el fin justifica los medios. Y actúe en consecuencia.
Y, ¿por qué no? ¿Por qué no crear un monstruo omnipresente que vigile por nuestras libertades? Quizá porque habríamos creado un monstruo y eso no es bueno. Quizá porque en ese momento habríamos renunciado a esa preciada libertad. Quizá porque no es cierto que vivir prescindiendo de la libertad sea la mejor opción. Es el sueño totalitario. El sueño de creer que sólo nosotros tenemos la clave para organizar la sociedad como conviene, y prescindir de la opinión ajena. Es lo contrario de lo que es, o debería de ser, la democracia o, para mejor decir, el sistema liberal que trajo la democracia: no sólo el gobierno de la mayoría, sino el respeto por la minoría, una minoría que mañana pueda convertirse en mayoría.
Hace mucho leí en Marañón que el fin debe quedar justificado por los medios. En concreto dijo: «Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin». Creo que necesitamos más liberales en estos tiempos, al menos entendidos a la manera de Marañón. Y, para ello, hemos de ser capaces de la crítica, la autocrítica y la reflexión sobre nuestras equivocaciones.
Hoy, más que nunca, en esta crisis internacional, necesitamos gobernantes, líderes y autoridades; medios, influencers y comunicadores; maestros, padres y amigos, que tengan unos sólidos principios éticos, que entiendan y distingan con claridad lo que está bien de lo que está mal, lo que es cierto de lo que no lo es, y que nos enseñen y muestren la verdad, aunque a veces duela, moleste o no sea popular. En definitiva, que la libertad, la verdad y la humanidad – caridad, dirían los clásicos – formen siempre parte de los medios que empleemos para nuestros fines. ¿Y será que en esta crisis se están viendo algunos signos de autoritarismo peligrosos para nuestra libertad?
“Estás hablando de personas”. Esa es la respuesta, seca, directa y contundente que da otro de los protagonistas en Géminis: “¡sí!, de personas”. Quizá cuando seamos capaces de entender que en la naturaleza de las personas hay unos principios inquebrantables, y que la verdad y la libertad forman parte de ella, podremos superar de forma colectiva cualquier adversidad, con mayor facilidad y cohesión. Mientras tanto, dar la batalla por ambas, seguirá siendo una obligación cívica.